Continuando con el capítulo IV, expondremos la transformación de la sociedad española en relación con la influencia masónica desarrollada en este período de grandes convulsiones y revoluciones también en Europa[1].

La revolución de 1848 fue la tercera oleada del más amplio ciclo revolucionario en la primera mitad del siglo XIX, que se había iniciado con las denominadas “revolución de 1829” y “revolución de 1830”. Además de su condición de revoluciones liberales las de 1848 se caracterizaron por la importancia de las manifestaciones de carácter nacionalista y por el inicio de las primeras muestras organizadas del movimiento obrero. Iniciadas en Francia, se difundieron en rápida expansión por prácticamente toda Europa central y por Italia en el primer semestre del año 1840. Fue determinante para ello el nivel de desarrollo que habían adquirido las comunicaciones (telégrafo, ferrocarril) en el contexto de la revolución industrial. A ello se sumó el descontento por las malas cosechas de 1846 y 1847 que provocaron la subida del pan y desencadenaron la crisis agrícola, que se sumó a la textil y financiera. Esto, naturalmente, trajo consigo el paro y la inseguridad para los obreros, generando malestar económico y estallido de motines de subsistencias en el campo.

Quedó clara la imposibilidad de mantener sin cambios el Antiguo Régimen, como hasta entonces habían intentado las fuerzas contrarrevolucionarias de la Restauración que defendían la supremacía de la Razón y de la Naturaleza. Su mayor ideólogo fue el  francés Benjamin Constant. Opuestos al Absolutismo, los liberales defendían los derechos del individuo a la libertad y la igualdad jurídica, un estado de derecho garantizado por una Constitución o norma fundamental, que limitara la autoridad del rey, con separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) y sufragio. Durante la primera mitad del siglo XIX el Liberalismo fue una ideología revolucionaria impulsada por la burguesía y las clases populares urbanas. A partir de  1830 los intereses de ambos fueron separándose respecto al alcance de los derechos individuales, de ahí que surgieran dos tendencias liberales: el liberalismo doctrinario o moderado, que impuso el sufragio censitario del que se beneficiaba la burguesía, y el democrático que era partidario del sufragio universal masculino y de más amplias libertades.

Dieter Schwarz no duda en afirmar que las manifestaciones y las ideas del liberalismo burgués se hallan contenidas en el francmasonismo. El régimen político correspondiente a la Francmasonería es la república democrática”. El individualismo, en los planos personal, político y económico, coadyuvante e intrínseco al liberalismo, va conformando paulatinamente la sociedad, y debe considerarse “una de las consecuencias surgidas de la ideología francmasónica”. En esa línea coinciden León Meurin y Pierre Virión en la apreciación de la búsqueda por parte de la masonería de una República Universal ya que “el fin de toda la humanidad es el configurar una única asociación, como (…) la asociación masónica”[10] El liberalismo ideológico propugnado es postulado también para todos los campos de la convivencia social. Escribe De Guadalupe, por los documentos que ha examinado, que “la masonería influye y orienta diversas actividades, tanto políticas como sociales, religiosas, o mejor dicho, antirreligiosas, económicas, etc, y que difunde sus ideales u orientaciones por intermedio de publicaciones”[11] Llega a afirmar que algunos periódicos son creados y sostenidos por la misma masonería sin que el pueblo lo conozca realmente, y que “estos órganos difunden el liberalismo”. Los que suscriben la propaganda son masones reconocidos. Se pide el voto para el partido socialista[12] al que, según fray E. de Guadalupe, el partido liberal “abrió el camino”. “La masonería actúa en política, ordena propaganda y voto para determinados partidos y hombres, e impone la política liberal. (Nada ha cambiado en la actualidad).

La apuesta por el liberalismo, y la realización de diversos actos como conferencias, para extender esta ideología es mostrada documentalmente por De Guadalupe. Concluye taxativamente que “su ideología es liberal, por lo cual está en contra del catolicismo y de toda otra ideología”. Ahonda en ello tras el estudio de una plancha que propugna el divorcio y “ordena auspiciar y [por ende] votar candidatos liberales[22]. Claro que como sigue aclarando fray de Guadalupe,  “la masonería hace propaganda ideológica liberal, pero nada obsta para que promueva y sostenga otras corrientes ideológicas que hagan frente a la tradición y a la religión cristiana”. En este sentido De Guadalupe aporta pruebas documentales de la ligazón del comunismo con la masonería en España, pues “el comunismo [es una] avanzada progresista, contra la Religión y ciertas formas morales que [a la masonería] también molestaban”.[23]

El profesor Álvarez Lázaro matiza las convergencias entre librepensamiento y masonería: “Sin duda, no pueden confundirse las organizaciones masónicas con las librepensadoras, pero el movimiento masónico supuso un gran soporte para el librepensador, y viceversa”. Sin embargo, los muchos puntos en común hacen que el mundo que ellos dicen “profano” los identifique como un mismo grupo. “Sus propósitos como claramente se deduce de las confesiones de sus jerifes, es “la destrucción del Catolicismo”, y aún de la idea cristiana, que anhelaban destruir en su mismo centro que es Roma; “es la negación práctica de toda conformidad de los actos humanos con el fin para el cual fue el hombre”. “En suma la sustitución con los derechos del hombre de Dios, no solamente como Creador, sino como Redentor; no solamente como Autor de la Razón y de la Naturaleza, sino como Dador de la Gracia, Revelador de la Fe”. Supuesto este término constitutivo de una verdadera anti iglesia, La Masonería ha tomado de la Iglesia de Cristo cuanto ha podido tomar; las logias donde se celebran fiestas de carácter religioso; “el credo”, colección de artículos que se imponen a los adeptos y que éstos deben aceptar ciegamente, la moral, cúmulo de absurdos e hipocresías que convierten en bárbaro al hombre social y al individuo en siervo de pasiones innobles; los misterios envueltos en sombras mitológicas que se manifiestan por frases, signos y cifras cabalísticas y nieblas que se van disipando según el adepto va adorando lo que ignora: la jerarquía, que, no obstante su ponderado dogma de igualdad, divide a sus individuos en diferentes grados, en títulos, insignias y autoridad diversa. La iniciación o bautismo, que se repite cada vez que el adepto pasa de un grado a otro, y se confiere con fórmulas y ritos particulares y con tradición de instrumentos simbólicos los altares y sacrificios, a veces horribles y nefandos; los ornamentos, las flores, el incienso, los cánticos, las genuflexiones, las ceremonias, y para decirlo de una vez todo cuanto se requiere para su culto, sin excluir las solemnidades ni el calendario, compuesto conforme al Zodiaco”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *